Quejas (1975)
Estaba hasta las narices de mis mayores; la adolescencia es dura en esta familia.
Que no me llamen cobarde si no de mostré valor;
que no me llamen mentiroso si nunca tuve ocasión
de decir mi verdad, de decir mi verdad.
Que no me llamen cobarde si es que lo soy
que no me llamen absurdo si no encontré la ocasión
de decir mi cantar, que es mi verdad.
Pues yo podría enseñarles mil y un de fectos
que ellos seguro los tienen y yo no se si los tengo...
Que no nos llamen guarros si vestimos mal,
si llevamos barba o melena, me pregunto qué más dará,
pero les parece mal, y les parece mal.
Que no nos insulten si no llevamos corbata,
que no nos hagan un drama si no hacemos lo que a ellos les viene en gana,
aunque les parezca mal, porque les parece mal.
Pues yo podría enseñarles mil y un de fectos
que ellos seguro los tienen y yo no se si los tengo...
Que no pretendan encadenarnos, que no nos quieran conducir,
como si fuéramos sus marionetas, que no nos coharten el porvenir;
aún no somos esclavos, nadie nos ha comprado.
Si escojemos una chica de barrio y no una niña pera,
que no nos griten y no se hagan cruces: cada uno por su acera;
aún no somos esclavos, nadie nos ha comprado.
Pues yo podría enseñarles mil y un de fectos
que ellos seguro los tienen y yo no se si los tengo...
Que no nos llamen soberbios, rebeldes y malos hijos,
que no hablen por nosotros, que no pretendan decirnos
lo que deberemos de hacer, lo que tendremos que hacer.
Que no presuman de hijos que luego ponen verdes;
que nos nos alaben y nos sonrian y al estar solos se quejen
de nosotros, de nosotros.
Menos sonrisas y más comprensión, que se den cuenta de lo que son;
que no son dioses sino padres, personas como tu y yo,
con sus problemas, con sus problemas.
Pues yo podría enseñarles mil y un de fectos
que ellos seguro los tienen y yo no se si los tengo...
Ya sé que he de comprender la diferencia entre padre e hijo,
pero yo me pregunto si la comprenden ellos.
(Año 1975).
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